miércoles, 26 de noviembre de 2014

"CIUDAD IRREAL 1ª Parte " de Ana Rosa Bustamante M. (Chile)






Ciudad Irreal
bajo la parda niebla de un mediodía de invierno

Eliot


¿Qué hora es?  ¿de qué año?, que llueve en el frío. Y mis pantalones no se secan.  Saldré a comprar los comestibles  para la cena.  Cocinaré el aroma familiar para impregnar paredes, para que el suelo haga borbotear el  agua de las ollas.
Y bajo la lluvia me amilano, los supermercados abren sus puertas mecánicas
y no entro  por temor a las cajas atestadas.
Me salpica un auto el agua de un charco, los autobuses avanzan,
la gente cruza mirándose, dándose una sonrisa,  una seña y una voz de alarma, o un saludo.
Cae el agua con sus estados anímicos, y la ciudad irreal retuerce su rutina en mi escritorio junto a los lápices,  las cascarillas de naranja en mi té llegan a mi nariz, y estoy sola con las palabras y la imaginación. 

Las calaminas golpetean el techo bajo el leve sol y tus pies se afirman a sus venas palpitantes,
merodeas por la casa,  la paz de mis oídos dibujan los fantasmas y no me dejan dormir,
no quisimos construir colosos
y así pude besarte de cerca. 

Tu piel y tu tos sobre granitos deslizándose, huelo tu perfume que me dejas en mi blusa, no sabemos convivir, destilar  rancios jugos impuestos por la tradición, dos menos que se amarran y llevan alas a ras de la vida.

Una figura negra en el fondo de un abra verdísimo  en la niebla que casi no se ve, no sé si quedarme aquí,  sonríe a las estrellas  que aparecen entremedio de ramas, una jeringa hiere, temores en la nada, dibujos en relieve que lloran,  pero esperaremos para sanar en las dislocadas estelas por el sendero y la esponja que nos da la sabiduría que apenas logramos  obtener para dejarnos.
Disipan los brillantes cerebros en el humo caliente de los ojos, todo se ve redondo como el mundo, la ventana se desarma con los vientos tormentosos. Penden los techos y ellos mueren encerrados olvidados como un pan de ayer sobre el edredón guardado de verano.

Hay un embrujo que me deja quedarme, mis uñas se prenden a mi carne, mi carne no remedia nada con dejarse llevar por el tiempo, los portales son sagrados por eso me detengo y mi cabeza la pongo en el  escaño para que tú la toques. Redime, por favor, con tu presencia pura mi desolación.  Hay luces en medio de la noche que no encienden con el zumbido de los durmientes. El desmán comienza  luego, los transeúntes se persignan y siguen de prisa a sus casas, brilla la plata de las veredas en invierno.

En la vía frenética de los desempleados, las excusas  no tienen música  de fondo, nadie quiere dejar los gestos en la retina de los que miran, son los que gozan del juego, son ganadores, no tiene disculpa el peatón solitario, no por uno se detendrán en el paso de cebra.  La fiesta es grande  como un carnaval de corderos.

Dispara al sol te quiero a oscuras, dispara al sol y en esa  luz se medirá el tiempo de la tierra al sol en un caballo de carreras  que deserta para beber. Y nos quedamos viéndonos mientras el hombre se  sumerge como cada día en su rutina.  No intentes ser humilde, la cancha está inundada, los niños juegan patean balones llenos de polvo y son llamados a cenar por sus madres desgreñadas y la gritadera enerva la velada en la carpa soleada del barrio.  La desteñida  capa de torero me desalienta, pero la necesidad de rondar la mesa el fuego de leña apaga la murmuración.


Los muchachos reparan el automóvil,  suena la huracanada sensación de violencia en la calle, se zafan de las flores,  el bobalicón es golpeado y echado en la pared donde queda aturdido, rehúsa atención médica, su sonrisa da náuseas, su nariz aletea en el cuadro, hay un tufo dulce sanguinolento en el aire, y todos arrancamos, alejarnos lo máximo para no estar comprometidos, como un gusano en la cortadora.



Ana Rosa Bustamante

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